12 de octubre, el "descubrimiento" de América
y la historia oficial...
Por: Eduardo Galeano. Brecha
Fecha de publicación: 10/10/05
¿Cristóbal Colón descubrió América en 1492?
¿O antes que él la descubrieron los vikingos? ¿Y antes que los vikingos? Los
que allí vivían, ¿no existían?
Cuenta la historia oficial que Vasco Núñez
de Balboa fue el primer hombre que vio, desde una cumbre de Panamá, los dos
océanos. Los que allí vivían, ¿eran ciegos?
¿Quiénes pusieron sus primeros nombres al
maíz y a la papa y al tomate y al chocolate y a las montañas y a los ríos de
América? ¿Hernán Cortés, Francisco Pizarro? Los que allí vivían, ¿eran mudos?
Nos han dicho, y nos siguen diciendo, que
los peregrinos del Mayflower fueron a poblar América. ¿América estaba vacía?
Como Colón no entendía lo que decían, creyó
que no sabían hablar.
Como andaban desnudos, eran mansos y daban
todo a cambio de nada, creyó que no eran gentes de razón.
Y como estaba seguro de haber entrado al
Oriente por la puerta de atrás, creyó que eran indios de la India.
Después, durante su segundo viaje, el
almirante dictó un acta estableciendo que Cuba era parte del Asia.
El documento del 14 de junio de 1494 dejó
constancia de que los tripulantes de sus tres naves lo reconocían así; y a
quien dijera lo contrario se le darían cien azotes, se le cobraría una pena de
diez mil maravedíes y se le cortaría la lengua.
El notario, Hernán Pérez de Luna, dio fe.
Y al pie firmaron los marinos que sabían
firmar.
Los conquistadores exigían que América fuera
lo que no era. No veían lo que veían, sino lo que querían ver: la fuente de la
juventud, la ciudad del oro, el reino de las esmeraldas, el país de la canela.
Y retrataron a los americanos tal como antes habían imaginado a los paganos de
Oriente.
Cristóbal Colón vio en las costas de Cuba
sirenas con caras de hombre y plumas de gallo, y supo que no lejos de allí los
hombres y las mujeres tenían rabos.
En la Guayana , según sir Walter Raleigh, había gente
con los ojos en los hombros y la boca en el pecho.
En Venezuela, según fray Pedro Simón, había
indios de orejas tan grandes que las arrastraban por los suelos.
En el río Amazonas, según Cristóbal de
Acuña, los nativos tenían los pies al revés, con los talones adelante y los
dedos atrás, y según Pedro Martín de Anglería las mujeres se mutilaban un seno
para el mejor disparo de sus flechas.
Anglería, que escribió la primera historia
de América pero nunca estuvo allí, afirmó también que en el Nuevo Mundo había
gente con rabos, como había contado Colón, y sus rabos eran tan largos que sólo
podían sentarse en asientos con agujeros.
El Código Negro prohibía la tortura de los
esclavos en las colonias francesas. Pero no era por torturar, sino por educar,
que los amos azotaban a sus negros y cuando huían les cortaban los tendones.
Eran conmovedoras las leyes de Indias, que
protegían a los indios en las colonias españolas. Pero más conmovedoras eran la
picota y la horca clavadas en el centro de cada Plaza Mayor.
Muy convincente resultaba la lectura del
Requerimiento, que en vísperas del asalto a cada aldea explicaba a los indios
que Dios había venido al mundo y que había dejado en su lugar a San Pedro y que
San Pedro tenía por sucesor al Santo Padre y que el Santo Padre había hecho
merced a la reina de Castilla de toda esta tierra y que por eso debían irse de
aquí o pagar tributo en oro y que en caso de negativa o demora se les haría la
guerra y ellos serían convertidos en esclavos y también sus mujeres y sus
hijos. Pero este Requerimiento de obediencia se leía en el monte, en plena
noche, en lengua castellana y sin intérprete, en presencia del notario y de
ningún indio, porque los indios dormían, a algunas leguas de distancia, y no
tenían la menor idea de lo que se les venía encima.
Hasta no hace mucho, el 12 de octubre era el
Día de la Raza.
Pero, ¿acaso existe semejante cosa? ¿Qué es
la raza, además de una mentira útil para exprimir y exterminar al prójimo?
En el año 1942, cuando Estados Unidos entró
en la guerra mundial, la
Cruz Roja de ese país decidió que la sangre negra no sería
admitida en sus bancos de plasma. Así se evitaba que la mezcla de razas,
prohibida en la cama, se hiciera por inyección.
¿Alguien ha visto, alguna vez, sangre negra?
Después, el Día de la Raza pasó a ser el Día del
Encuentro.
¿Son encuentros las invasiones coloniales?
¿Las de ayer, y las de hoy, encuentros? ¿No habría que llamarlas, más bien,
violaciones?
Quizás el episodio más revelador de la
historia de América ocurrió en el año 1563, en Chile. El fortín de Arauco
estaba sitiado por los indios, sin agua ni comida, pero el capitán Lorenzo
Bernal se negó a rendirse. Desde la empalizada, gritó:
—¡Nosotros seremos cada vez más!
—¿Con qué mujeres? –preguntó el jefe indio.
—Con las vuestras. Nosotros les haremos
hijos que serán vuestros amos.
Los invasores llamaron caníbales a los
antiguos americanos, pero más caníbal era el Cerro Rico de Potosí, cuyas bocas
comían carne de indios para alimentar el desarrollo capitalista de Europa.
Y los llamaron idólatras, porque creían que
la naturaleza es sagrada y que somos hermanos de todo lo que tiene piernas, patas,
alas o raíces.
Y los llamaron salvajes. En eso, al menos,
no se equivocaron. Tan brutos eran los indios que ignoraban que debían exigir
visa, certificado de buena conducta y permiso de trabajo a Colón, Cabral,
Cortés, Alvarado, Pizarro y los peregrinos del Mayflower.
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