sábado, 11 de febrero de 2012


Maravilla y Exotismo: algunos ejemplos de las Crónicas de Indias
Por: Ana María Morales

Para citar este artículo: Morales, Ana María, 2002, "Maravilla y exotismo: algunos ejemplos de las Crónicas de Indias". Disponible en el ARCHIVO de Tiempo y Escritura en http://www.azc.uam.mx/publicaciones/tye/maravillayexotismo.htm

L
o maravilloso, ese mundo de cosas que provocan admiración y asombro y que engalana los textos hasta hacerlos excepcionales, es una de las características más notables de la narrativa, de cualquiera de ellas. Pero si bien su presencia puede constatarse en todo tipo de texto no en todos es igual. Lo maravilloso, como recurso estético, cumple distintas funciones dentro de la narración y va transformándose conforme lo hacen los textos en que aparece [1].
En el caso particular de las crónicas del descubrimiento y conquista de América es posible estudiar como las maravillas asaltan al narrador, pero se van adaptando al nuevo contexto y se convierten en un pretexto válido para adentrarse en el estudio de la forma en que se construyen y para revisar algunas de las ideas que configuraban el imaginario de los primeros europeos en avistar tierras americanas.
Es cierto que, por lo general, lo maravilloso se codifica en la literatura como un ámbito autónomo, colocado al lado de otro codificado como real en el texto, con sus propias reglas que no por existentes interfieren con las de la realidad cotidiana. Ahora bien, en la mayor parte de las narraciones medievales, de ese Otro Mundo que puede ser “otro” espacial o temporalmente se espera que tenga siempre como referente una situación familiar y que se comporte de manera similar al que conocemos, de ahí que la presencia de cualquier fenómeno desconocido turbe la percepción y resulte admirable[2]. Así, pueden encontrarse textos donde el Otro Mundo puede aparecer como normal y cotidiano salvo por detalles que interrumpen esta ilusión, pero hay otros que desde el principio se codifican como una alteridad que presupone un choque de expectativas y un continuo maravillarse de cada suceso y cada detalle de un universo hasta entonces desconocido y que poco a poco se va considerando ficcional hasta convertirse en un ámbito propicio para las referencias maravillosas. Tal suele ser una de las característica de lo libros de viajes (real o ficticios).



En el caso de los documentos que relatan el descubrimiento y conquista de América esta peculiaridad es llevada al extremo debido a que, por primera vez, el hombre europeo se encontró ante una realidad para la que no tenía referentes reales y donde muchas de las cosas que le salían al paso eran nuevas. Una de las funciones de lo maravilloso es dar explicación a aquellos aspectos de la realidad que parecen quedar fuera de nuestra comprensión. Esto sucede a menudo en estas crónicas. Desde el primer momento la aparición de seres inéditos, que se antojaban sobrenaturales, obliga a la enumeración de sus características con los ropajes de lo maravilloso. Desde su primer viaje, Cristóbal Colón avista criaturas desconocidas. El martes 9 de enero de 1493 anota en su diario de a bordo: "El día passado, cuando el Almirante iva al Río de Oro, dixo que vido tres serenas [sirenas] que salieron bien alto de la mar, pero no eran tan hermosas como las pintan, que en alguna manera tenían forma de hombre en la cara. Dijo que otras vezes vido algunas en Guinea en la costa de Mangueta" (Colón, 1982: 111-112). Seres que se antojan monstruosos y nunca vistos, pero que son equiparados de inmediato con otros para los que sí existen los referentes, por más que las criaturas no sean “tan hermosas como las pintas”. Criaturas que de alguna manera "tenían forma de hombre en la cara", que pueden haber sido manatíes o incluso alguna foca extraviada, pero Colón llama “serenas”, echando mano a un bagaje de maravilloso que le permite explicar la existencia de esos seres dentro de los parámetros de una realidad conocida. Para agudizar el parentesco, Colón destaca la ocasión en que ve tres, número significativo que alude a Partenope, Ligea y Leucosia (las sirenas clásicas) y que hace que el avistamiento aluda a fuentes confiables que apoyan la existencia de lo que ha visto. Es probable que Colón se sintiera un nuevo Ulises, ya que antes había escuchado sobre los cíclopes y los cinocéfalos: “entendió también que lexos de allí avía hombres de un ojo y otros con hocicos de perros que comían los hombres” (Colón, 1982: 51), ¿qué importa que sea el Caribe y no el Mediterráneo si, como siempre, la maravilla está apenas más allá, apenas alejada, siempre latente para quien se atreve a traspasar un límite?: “y sobre este cabo encavalgaba otra tierra o cabo que va también al Lestre, a quien aquellos indios que llevava llamaban Bohío, la cual dezían que era muy grande y que avía en ella gente que tenía un ojo en la frente” (Colón, 1982: 62). Parece lógico pensar que el almirante Colón navegaba, a la vez que por el Caribe, por lo mares de una literatura de viajes que podía reclamar a la Odisea, la Eneida y a Juan de Mandeville entre sus ancestros [3]. Sirenas, amazonas, cíclopes, hombre con rabo, gigantes, pigmeos, hombres salvajes, faunos pueblan el mundo imaginario de los descubridores y resulta natural que, ante la eminencia de estar en un mundo maravilloso y nuevo, se conviertan en los referentes de sus descripciones. Las menciones de las Amazonas aparecen en Colón, Fernández de Oviedo, Martín Fernández de Enciso; los gigantes y los pigmeos en Fray Pedro Simón, los hombres con rabo en Fray Alonso de Zamora, las sirenas en Fernández de Oviedo, los faunos en Fray Juan de Santa Gertrudis. El catálogo se podría multiplicar casi infinitamente, y aún faltaría hacer el recuento de la fauna, de la flora, de los lugares prodigiosos que a cada paso encuentran los europeos en América. Si Tenochititlan se presenta ante Bernal Díaz como “las cosas y encantamientos que cuentan en el libro de Amadís” (Díaz del Castillo, 1991: 238) es porque sólo un texto maravilloso puede ayudar a describir “cosas nunca oídas ni vistas y aun soñadas” (Díaz del Castillo, 1991: 238), como las que estaban viendo. ¿De donde sino del recuerdo de otros viajes maravillosos podían salir: “hombres con orejas luengas, en tanta manera que les llegaban a las espaldas” y, si eso los había maravillado: “había otra isla donde no solamente tenían grandes orejas, pero tan excesivas, que cuando les era necesario, con una sola oreja se cobrían todo el cuerpo” (Fernández de Oviedo, 1959: II, 325) Como puede verse en Fernández de Oviedo, en ocasiones la exageración –que es también inherente a lo maravilloso– toma parte activa en la descripción. Cuando un fenómeno asombra, inmediatamente puede verse otro que maravillará aún más.
Plinio, Solino, Heródoto, San Agustín, San Isidoro de Sevilla, habían trasmitido catálogos de monstruos, de prodigios, de maravillas. Se sabía que los extremos del mundo eran fértiles en prodigios y que a mayor alejamiento del centro, mayor la extravagancia. Según Plinio, las tierras cálidas engendraban las maravillas más extrañas y los viajeros griegos siempre volvían de sus periplos con un fenómeno desconocido que relatar, con un animal nunca antes visto, con una raza prodigiosa nueva que añadir al ya rico repertorio de seres híbridos y caprichosos. Si el imaginario medieval enfrentó algún problema al conciliar el origen único del hombre con tanta diversidad lo resolvió integrando un orden único del mundo, reservando el centro del mundo para los hombres y dejando los extremos, sobre todo los cálidos, para las maravillas. Entonces, América era el sitio ideal para encontrarlas y era, casi por definición etimológica, exótica. ¿Cómo podría extrañar entonces que se encontraran tantas maravillas?
Lo maravilloso exótico descansa no sólo en el desconocimiento de los códigos de funcionamiento de realidad, sino también en un carácter de completa posibilidad de existencia. Para el lector antiguo la combinación que se da de elementos naturales con sobrenaturales en un ámbito de tierras lejanas, no es evidente, ya que el hecho sobrenatural se manifiesta en un lugar del que no se conocen ni se transgreden las reglas de lo natural, por lo tanto, aparece como normal y enmarcado dentro de sus parámetros. Pero si hablamos de lugares de los que no conocemos las leyes naturales nos encontramos frente a un mundo en el que sus propias condiciones rigen y la realidad está sujeta a sus propias normas, conjunción que enmarca al autónomo universo maravilloso. El asombro que provoca lo maravilloso exótico surge de la falta de familiaridad de un sujeto que reconoce como novedoso lo que está viendo, las descripciones de lo exótico no pueden ser vistas sin sentir la falta de contacto que existe entre una entidad textual que se codifica como ajena y un universo que ve por vez primera. Tal es lo que sucede con los descubridores del Nuevo Mundo: la mirada exógena codifica con facilidad como maravilloso cuanto de natural le resulta ajeno.



Bibliografía
COLÓN, Cristóbal.
(1982)             Textos y documentos completos. Relaciones de viajes, cartas y memoriales. Ed., pról., y notas de Consuelo Varela. Madrid: Alianza Editorial.
DÍAZ DEL CASTILLO, Bernal.
(1991)             Historia verdadera de la conquista de la Nueva España. Ed. Carmelo Sáenz de Santa María. México: Alianza Editorial.
FERNÁNDEZ DE OVIEDO, Gonzalo.
(1959)             Historia general y natural de las Indias. Ed. Juan Pérez de Tudela Bueso. Madrid: Ediciones Atlas.
MORALES, Ana María.
(2002)             Lo maravilloso medieval y sus categorías. Puebla: Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, Centro de Ciencias del Lenguaje.


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[1] Sobre lo maravilloso y sus distintos tipos puede consultarse mi estudio: Lo maravilloso medieval y sus categorías, citado en la bibliografía.
[2] Por ejemplo, la tierras de hadas que aparecen en los lais o los romans courtois están codificados como Otro mundo por su apariencia brillante y riqueza, en ocasiones por los sucesos extraños que suceden ahí, pero el comportamiento de sus habitantes e incluso de la mayor parte de la naturaleza corresponden puntualmente a lo que esperaríamos del mundo exterior, de una corte feudal del siglo XII o XIII. En el extremo opuesto, los “mundos al revés”, como el País de Cucaña, funcionan por oposición al de la realidad, en ellos todo cuanto sucede da cuenta de la diferencia que hay entre el país maravilloso y el gris mundo real: teniendo presente que se vive en un mundo de hambre y represión sexual, Cucaña se presenta como un lugar de abundancia, pleno de deleites carnales y golosos. Sin embargo, en ambos casos, el referente es la realidad conocida.
[3] Entre otras maravillas, Cristóbal Colón dio noticia, siempre con el mismo método de Heródoto cuando cuenta cosas que piensa imposibles de creer, es decir de oídas, de hombres con cola (p. 143), gentes sin pelo (p. 145), Amazonas (pp. 117 y 145), gatos con rostro de hombre (p. 301), peces que parecían puercos (p. 59) y muchas más.

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