Maravilla y
Exotismo: algunos ejemplos de las Crónicas de Indias
Por: Ana María Morales
Para citar este artículo: Morales, Ana
María, 2002, "Maravilla y exotismo: algunos ejemplos de las Crónicas de
Indias". Disponible en el ARCHIVO de Tiempo y Escritura en http://www.azc.uam.mx/publicaciones/tye/maravillayexotismo.htm
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o maravilloso, ese mundo de cosas que
provocan admiración y asombro y que engalana los textos hasta hacerlos
excepcionales, es una de las características más notables de la narrativa, de
cualquiera de ellas. Pero si bien su presencia puede constatarse en todo tipo
de texto no en todos es igual. Lo maravilloso, como recurso estético, cumple
distintas funciones dentro de la narración y va transformándose conforme lo
hacen los textos en que aparece [1].
En el caso particular de las crónicas del
descubrimiento y conquista de América es posible estudiar como las maravillas
asaltan al narrador, pero se van adaptando al nuevo contexto y se convierten en
un pretexto válido para adentrarse en el estudio de la forma en que se
construyen y para revisar algunas de las ideas que configuraban el imaginario
de los primeros europeos en avistar tierras americanas.
Es cierto que, por lo general, lo
maravilloso se codifica en la literatura como un ámbito autónomo, colocado al
lado de otro codificado como real en el texto, con sus propias reglas que no
por existentes interfieren con las de la realidad cotidiana. Ahora bien, en la
mayor parte de las narraciones medievales, de ese Otro Mundo ─que
puede ser “otro” espacial o temporalmente─ se espera que
tenga siempre como referente una situación familiar y que se comporte de manera
similar al que conocemos, de ahí que la presencia de cualquier fenómeno
desconocido turbe la percepción y resulte admirable[2]. Así, pueden encontrarse
textos donde el Otro Mundo puede aparecer como normal y cotidiano salvo por
detalles que interrumpen esta ilusión, pero hay otros que desde el principio se
codifican como una alteridad que presupone un choque de expectativas y un
continuo maravillarse de cada suceso y cada detalle de un universo hasta
entonces desconocido y que poco a poco se va considerando ficcional hasta
convertirse en un ámbito propicio para las referencias maravillosas. Tal suele
ser una de las característica de lo libros de viajes (real o ficticios).
En el caso de los documentos que relatan el
descubrimiento y conquista de América esta peculiaridad es llevada al extremo
debido a que, por primera vez, el hombre europeo se encontró ante una realidad
para la que no tenía referentes reales y donde muchas de las cosas que le
salían al paso eran nuevas. Una de las funciones de lo maravilloso es dar
explicación a aquellos aspectos de la realidad que parecen quedar fuera de
nuestra comprensión. Esto sucede a menudo en estas crónicas. Desde el primer
momento la aparición de seres inéditos, que se antojaban sobrenaturales, obliga
a la enumeración de sus características con los ropajes de lo maravilloso.
Desde su primer viaje, Cristóbal Colón avista criaturas desconocidas. El martes
9 de enero de 1493 anota en su diario de a bordo: "El día passado, cuando
el Almirante iva al Río de Oro, dixo que vido tres serenas [sirenas] que
salieron bien alto de la mar, pero no eran tan hermosas como las pintan, que en
alguna manera tenían forma de hombre en la cara. Dijo que otras vezes vido
algunas en Guinea en la costa de Mangueta" (Colón, 1982: 111-112). Seres
que se antojan monstruosos y nunca vistos, pero que son equiparados de
inmediato con otros para los que sí existen los referentes, por más que las
criaturas no sean “tan hermosas como las pintas”. Criaturas que de alguna
manera "tenían forma de hombre en la cara", que pueden haber sido
manatíes o incluso alguna foca extraviada, pero Colón llama “serenas”, echando
mano a un bagaje de maravilloso que le permite explicar la existencia de esos
seres dentro de los parámetros de una realidad conocida. Para agudizar el
parentesco, Colón destaca la ocasión en que ve tres, número significativo que
alude a Partenope, Ligea y Leucosia (las sirenas clásicas) y que hace que el
avistamiento aluda a fuentes confiables que apoyan la existencia de lo que ha
visto. Es probable que Colón se sintiera un nuevo Ulises, ya que antes había
escuchado sobre los cíclopes y los cinocéfalos: “entendió también que lexos de
allí avía hombres de un ojo y otros con hocicos de perros que comían los
hombres” (Colón, 1982: 51), ¿qué importa que sea el Caribe y no el Mediterráneo
si, como siempre, la maravilla está apenas más allá, apenas alejada, siempre
latente para quien se atreve a traspasar un límite?: “y sobre este cabo
encavalgaba otra tierra o cabo que va también al Lestre, a quien aquellos
indios que llevava llamaban Bohío, la cual dezían que era muy grande y que avía
en ella gente que tenía un ojo en la frente” (Colón, 1982: 62). Parece lógico
pensar que el almirante Colón navegaba, a la vez que por el Caribe, por lo
mares de una literatura de viajes que podía reclamar a la Odisea , la Eneida y a Juan de
Mandeville entre sus ancestros [3]. Sirenas, amazonas, cíclopes, hombre con
rabo, gigantes, pigmeos, hombres salvajes, faunos pueblan el mundo imaginario
de los descubridores y resulta natural que, ante la eminencia de estar en un
mundo maravilloso y nuevo, se conviertan en los referentes de sus descripciones.
Las menciones de las Amazonas aparecen en Colón, Fernández de Oviedo, Martín
Fernández de Enciso; los gigantes y los pigmeos en Fray Pedro Simón, los
hombres con rabo en Fray Alonso de Zamora, las sirenas en Fernández de Oviedo,
los faunos en Fray Juan de Santa Gertrudis. El catálogo se podría multiplicar
casi infinitamente, y aún faltaría hacer el recuento de la fauna, de la flora,
de los lugares prodigiosos que a cada paso encuentran los europeos en América.
Si Tenochititlan se presenta ante Bernal Díaz como “las cosas y encantamientos
que cuentan en el libro de Amadís” (Díaz del Castillo, 1991: 238) es porque
sólo un texto maravilloso puede ayudar a describir “cosas nunca oídas ni vistas
y aun soñadas” (Díaz del Castillo, 1991: 238), como las que estaban viendo. ¿De
donde sino del recuerdo de otros viajes maravillosos podían salir: “hombres con
orejas luengas, en tanta manera que les llegaban a las espaldas” y, si eso los
había maravillado: “había otra isla donde no solamente tenían grandes orejas,
pero tan excesivas, que cuando les era necesario, con una sola oreja se cobrían
todo el cuerpo” (Fernández de Oviedo, 1959: II, 325) Como puede verse en
Fernández de Oviedo, en ocasiones la exageración –que es también inherente a lo
maravilloso– toma parte activa en la descripción. Cuando un fenómeno asombra,
inmediatamente puede verse otro que maravillará aún más.
Plinio, Solino, Heródoto, San Agustín, San
Isidoro de Sevilla, habían trasmitido catálogos de monstruos, de prodigios, de
maravillas. Se sabía que los extremos del mundo eran fértiles en prodigios y
que a mayor alejamiento del centro, mayor la extravagancia. Según Plinio, las
tierras cálidas engendraban las maravillas más extrañas y los viajeros griegos
siempre volvían de sus periplos con un fenómeno desconocido que relatar, con un
animal nunca antes visto, con una raza prodigiosa nueva que añadir al ya rico
repertorio de seres híbridos y caprichosos. Si el imaginario medieval enfrentó
algún problema al conciliar el origen único del hombre con tanta diversidad lo
resolvió integrando un orden único del mundo, reservando el centro del mundo
para los hombres y dejando los extremos, sobre todo los cálidos, para las
maravillas. Entonces, América era el sitio ideal para encontrarlas y era, casi
por definición etimológica, exótica. ¿Cómo podría extrañar entonces que se
encontraran tantas maravillas?
Lo maravilloso exótico descansa no sólo en
el desconocimiento de los códigos de funcionamiento de realidad, sino también
en un carácter de completa posibilidad de existencia. Para el lector antiguo la
combinación que se da de elementos naturales con sobrenaturales en un ámbito de
tierras lejanas, no es evidente, ya que el hecho sobrenatural se manifiesta en
un lugar del que no se conocen ni se transgreden las reglas de lo natural, por
lo tanto, aparece como normal y enmarcado dentro de sus parámetros. Pero si
hablamos de lugares de los que no conocemos las leyes naturales nos encontramos
frente a un mundo en el que sus propias condiciones rigen y la realidad está
sujeta a sus propias normas, conjunción que enmarca al autónomo universo
maravilloso. El asombro que provoca lo maravilloso exótico surge de la falta de
familiaridad de un sujeto que reconoce como novedoso lo que está viendo, las
descripciones de lo exótico no pueden ser vistas sin sentir la falta de
contacto que existe entre una entidad textual que se codifica como ajena y un
universo que ve por vez primera. Tal es lo que sucede con los descubridores del
Nuevo Mundo: la mirada exógena codifica con facilidad como maravilloso cuanto
de natural le resulta ajeno.
Bibliografía
COLÓN, Cristóbal.
(1982) Textos y documentos completos.
Relaciones de viajes, cartas y memoriales. Ed., pról., y notas de Consuelo
Varela. Madrid: Alianza Editorial.
DÍAZ DEL CASTILLO, Bernal.
(1991) Historia verdadera de la conquista
de la Nueva España.
Ed. Carmelo Sáenz de Santa María. México: Alianza Editorial.
FERNÁNDEZ DE OVIEDO, Gonzalo.
(1959) Historia general y natural de las
Indias. Ed. Juan Pérez de Tudela Bueso. Madrid: Ediciones Atlas.
MORALES, Ana María.
(2002) Lo maravilloso medieval y sus
categorías. Puebla: Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, Centro de
Ciencias del Lenguaje.
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[1] Sobre lo maravilloso y sus distintos
tipos puede consultarse mi estudio: Lo maravilloso medieval y sus categorías,
citado en la bibliografía.
[2] Por ejemplo, la tierras de hadas que
aparecen en los lais o los romans courtois están codificados como Otro mundo
por su apariencia brillante y riqueza, en ocasiones por los sucesos extraños
que suceden ahí, pero el comportamiento de sus habitantes e incluso de la mayor
parte de la naturaleza corresponden puntualmente a lo que esperaríamos del
mundo exterior, de una corte feudal del siglo XII o XIII. En el extremo
opuesto, los “mundos al revés”, como el País de Cucaña, funcionan por oposición
al de la realidad, en ellos todo cuanto sucede da cuenta de la diferencia que
hay entre el país maravilloso y el gris mundo real: teniendo presente que se
vive en un mundo de hambre y represión sexual, Cucaña se presenta como un lugar
de abundancia, pleno de deleites carnales y golosos. Sin embargo, en ambos
casos, el referente es la realidad conocida.
[3] Entre otras maravillas, Cristóbal Colón
dio noticia, siempre con el mismo método de Heródoto cuando cuenta cosas que
piensa imposibles de creer, es decir de oídas, de hombres con cola (p. 143),
gentes sin pelo (p. 145), Amazonas (pp. 117 y 145), gatos con rostro de hombre
(p. 301), peces que parecían puercos (p. 59) y muchas más.
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