FUENTES
PARA LA HISTORIA DE
AMÉRICA LATINA
Introducción
Establecidos ya los españoles en
México-Tenochtitlan Motecuhzoma se convirtió prácticamente en prisionero de
Cortés. Varios textos indígenas como el Códice Ramírez, la XIII relación de
Ixtlilxóchitl, el Códice Aubin, etcétera, se refieren de manera directa a la
matanza preparada por don Pedro de Alvarado, durante la fiesta de Tóxcatl, 1
celebrada por los nahuas en honor de Huitzilopochtli.
Hernán
Cortés se había ausentado de la ciudad para ir a combatir a Pánfilo de Narváez,
quien había venido a aprehender al conquistador por orden de Diego Velázquez,
gobernador de Cuba. Alvarado "el Sol", como lo llamaban los mexicas,
alevosamente llevó al cabo la matanza, cuando la fiesta alcanzaba su mayor esplendor.
Aquí se ofrecen dos testimonios, conservados
en náhuatl y que pintan con un realismo comparable al de los grandes poemas
épicos de la antiguedad clásica, los más dramáticos detalles de la traición
urdida por Alvarado.
Primeramente oiremos el testimonio de los informantes indígenas de
Sahagún, que nos narran los preparativos de la fiesta, el modo como hacían los
mexicas con masa de bledos la figura de Huitzilopochtli y por fin, cómo en
medio de la fiesta, de pronto los españoles atacaron a traición a los mexicas.
Los informantes nos hablan en seguida de la reacción de los nativos, del sitio
que pusieron a los españoles refugiados en las casas reales de Motecuhzoma. El
cuadro se cierra, cuando llega la noticia de que vuelve Cortés. Los mexicas
"se pusieron de acuerdo en que no se dejarían ver, que permanecerían
ocultos, estarían escondidos. . . como si reinara la profunda noche . .
."
Después
de transcribir el texto de los informantes de Sahagún, se ofrecerá también en
este capítulo la breve pintura que de la misma matanza de la fiesta de Tóxcatl
nos da el autor indígena del Códice Aubin. Se trata de un pequeño cuadro acerca
del cual Garibay ha escrito: "Literariamente hablando, a ninguna
literatura le viene mal tal forma de narración, en que vemos, viviendo y
padeciendo, al pueblo de Tenochtitlan ante la acometida del Tonatiuh
(Alvarado), tan bello como malvado".
Los
preparativos de la fiesta de Tóxcatl
Luego pidieron (los mexicas) la fiesta de
Huitzilopochtli. Y quiso ver el español cómo era la fiesta, quiso admirar y ver
en qué forma se festejaba.
Luego dio
orden Motecuhzoma: unos entraron a la casa del jefe, fueron a dejarle la
petición.
Y cuando
vino la licencia a donde estaba Motecuhzoma encerrado, luego ya se ponen a
moler la semilla de chicalote, 2 las mujeres que ayunaban durante el año, y eso
lo hacen allá en el patio del templo.
Salieron
los españoles, mucho se juntaron con sus armas de guerra. Estaban aderezados,
estaban armados. Pasan entre ellas, se ponen junto a ellas, las rodean, las
están viendo una por una, les ven la cara a las que están moliendo. Y después
que las vieron, luego se metieron a la gran Casa Real: como se supo luego
dizque ya en este tiempo tenían la intención de matar a la gente, si salían por
allí los varones.
Hacen la
figura de Huitzilopochtli
Y cuando hubo llegado la fiesta de Tóxcatl, al caer
la tarde, comenzaron a dar cuerpo, a hacer en forma humana el cuerpo de
Huitzilopochtli, con su semblante humano, con toda la apariencia de hombre.
Y esto lo
hacían en forma de cuerpo humano solamente con semilla de bledos: con semilla
de bledos de chicalote. Lo ponían sobre un armazón de varas y lo fijaban con
espinas, le daban sus puntas para afirmarlo.
Cuando ya
estaba formado en esta figura, luego lo emplumaban y le hacían en la cara su
propio embijamiento, es decir, rayas que atravesaban su rostro por cerca de los
ojos. Le ponían sus orejas de mosaico de turquesa, en figura de serpientes, y
de sus orejeras de turquesa está pendiente el anillo de espinas. Es de oro,
tiene forma de dedos del pie, está elaborado como dedos del pie.
La insignia de la nariz hecha de oro, con piedras
engastadas; a manera de flecha de oro incrustada de piedras finas. También de
esta nariguera colgaba un anillo de espinas, de rayas transversales era de
color azul y de color amarillo. Sobre la cabeza, le ponían el tocado mágico de
plumas de colibrí. También luego le ponían el llamado anecúyotl.3 Es de plumas
finas, de forma cilíndrica, pero hacia la parte del remate es aguzado, de forma
cónica.
Luego le
ponían al cuello un aderezo de plumas de papagayo amarillo, del cual está
pendiente un fleco escalonado de
semejanza de los mechones de cabello que traen los muchachos. También su
manta de forma de hojas de ortiga, con tintura negra: tiene en cinco lugares
mechones de pluma fina de águila.
Lo
envuelven todo él también con su manto de abajo, que tiene pintadas calaveras y
huesos. Y arriba le visten su chalequillo, y éste está pintado con miembros
humanos despedazados: todo él está pintado de cráneos, orejas, corazones,
intestinos, tóraces, teas, manos, pies.
También su
maxtle. 4 Este maxtle es muy precioso y su adorno también es de miembros rotos,
y su fleco es de puro papel es decir, de papel de amate, de ancho una cuarta,
de largo veinte Su pintura es de rayas verticales de color azul claro.
A la
espalda lleva colocada como una carga su bandera color de sangre. Esta bandera
color de sangre es de puro papel. Está teñida de rojo, como teñida de sangre.
Tiene un pedernal de sacrificio como coronamiento, y ése es solamente de
hechura de papel. Igualmente está rayado con rojo color de sangre.
Porta su
escudo: es de hechura de bambú, hecho de bambú. Por cuatro partes está adornado
con un mechón de plumas finas de águila: está salpicado de plumas finas; se le
denomina tehuehuelli. Y la banderola del escudo igualmente está pintada de
color de sangre, como la bandera de la espalda. Tenía cuatro flechas unidas al
escudo.
Su banda
a manera de pulsera está en su brazo; bandas de piel de coyote y de éstas
penden papeles cortados en tiras cortas.
El principio
de la fiesta
Pues cuando hubo amanecido, ya en su fiesta, muy de
mañana, le descubrieron la cara los que habían hecho voto de hacerlo. Se
colocaron en fila delante del dios, lo comenzaron a incensar, y ante él
colocaron todo género de ofrendas: comida de ayuno (o acaso comida de carne
humana) y rodajas de semilla de bledos apelmazada.
Y estando
así las cosas, ya no lo subieron, ya no lo llevaron a su pirámide.
Y todos
los hombres, los guerreros jóvenes, estaban como dispuestos totalmente, con
todo su corazón iban a celebrar la fiesta, a conmemorar la fiesta, para con
ella mostrar y hacer ver y admirar a los españoles y ponerles las cosas
delante.
Se
emprende la marcha, es la carrera: todos van en dirección del patio del templo
para allí bailar el baile del culebreo. Y cuando todo el mundo estuvo reunido,
se dio principio, se comenzó el canto, y la danza del culebreo.
Y los que
habían ayunado una veintena y los que habían ayunado un año, andaban al frente
de la gente: mantenían en fila a la gente con su bastón de pino. Al que
quisiera salir lo amenazaban con su bastón de pino.
Y si
alguno deseaba orinar, deponía su ropa de la cadera y su penacho partido de
plumas de garza.
Pero al
que no más se mostraba desobediente, al que no seguía a la gente en su debido
orden, y veía como quiera las cosas, luego por ello lo golpeaban en la cadera,
lo golpeaban en la pierna, lo golpeaban en el hombro. Fuera de l recinto lo
arrojaban, violentamente lo echaban, le daban tales empellones que caía de
bruces, iba a dar con la cara en tierra, le tiraban con fuerza de las orejas:
nadie en mano ajena chistaba palabra.
Eran muy
dignos de veneración aquellos que por un año habían ayunado; se les temía; por
título propio y exclusivo tenían el de "hermanos de
Huitzilopochtli".
Ahora
bien, iban al frente de la danza guiando a la gente los grandes capitanes, los grandes
valientes. Pasaban en seguida los ya jovenzuelos, aunque sin pegarse a
aquéllos. Los que tienen el mechón que caracteriza a los que no han hecho
cautivo, los mechudos, y los que llevaban el tocado como un cántaro: los que
han hecho prisioneros con ayuda ajena.
Los
bisoños, los que se llamaban guerreros jóvenes, los que ya hicieron un cautivo,
los que ya cogieron a uno o dos cautivos, también los iban cercando. A ellos
les decían:
-¡Fuera
allí, amigotes, mostradlo a la gente (vuestro valor), en vosotros se ve!
Los españoles
atacan a los mexicas
Pues así las cosas mientras se está gozando de la
fiesta, ya es el baile, ya es el canto, ya se enlaza un canto con otro, y los
cantos son como un estruendo de olas, en ese preciso momento los españoles
toman la determinación de matar a la gente. Luego vienen hacia acá, todos
vienen en armas de guerra.
Vienen a
cerrar las salidas, los pasos, las entradas: la Entrada del Águila, en el
palacio menor; la de Acatl iyacapan
(Punta de la Caña ),
la de Tezcacoac (Serpiente de espejos) . Y luego que hubieron cerrado, en todas
ellas se apostaron: ya nadie pudo salir.
Dispuestas así las cosas, inmediatamente entran al Patio Sagrado para
matar a la gente. Van a pie, llevan sus escudos de madera, y algunos los llevan
de metal y sus espadas.
Inmediatamente cercan a los que bailan, se lanzan al lugar de los
atabales: dieron un tajo al que estaba tañendo: le cortaron ambos brazos. Luego
lo decapitaron: lejos fue a caer su cabeza cercenada.
Al momento todos acuchillan, alancean a la
gente y les dan tajos, con las espadas los hieren. A algunos les acometieron
por detrás; inmediatamente cayeron por tierra dispersas sus entrañas. A otros
les desgarraron la cabeza: les rebanaron la cabeza, enteramente hecha trizas
quedó su cabeza.
Pero a
otros les dieron tajos en los hombros: hechos grietas, desgarrados quedaron sus
cuerpos. A aquéllos hieren en los muslos, a éstos en las pantorrillas, a los de
más allá en pleno abdomen. Todas las entrañas cayeron por tierra Y había
algunos que aún en vano corrían: iban arrastrando los intestinos y parecían
enredarse los pies en ellos. Anhelosos de ponerse en salvo, no hallaban a donde
dirigirse.
La matanza
del Templo Mayor (Códice Florentino)
Pues
algunos intentaban salir: allí en la entrada los herían, los apuñalaban. Otros
escalaban los muros; pero no pudieron salvarse. Otros se metieron en la casa
común: allí sí se pusieron en salvo Otros se entremetieron entre los muertos,
se fingieron muertos para escapar. Aparentando ser muertos, se salvaron. Pero
si entonces alguno se ponía en pie, lo veían y lo acuchillaban.
La sangre
de los guerreros cual si fuera agua corría: como agua que se ha encharcado y el
hedor de la sangre se alzaba al aire, y de las entrañas que parecían
arrastrarse.
Y los
españoles andaban por doquiera en busca de las casas de la comunidad: por
doquiera lanzaban estocadas, buscaban cosas: por si alguno estaba oculto allí;
por doquiera anduvieron, todo lo escudriñaron. En las casas comunales por todas
partes rebuscaron.
La reacción
de los mexicas
Y cuando se supo fuera, empezó una gritería:
-Capitanes, mexicanos . . . venid acá. ¡Qué todos armados vengan: sus
insignias, escudos, dardos! . . . ¡Venid acá de prisa, corred: muertos son los
capitanes, han muerto nuestros guerreros . . . Han sido aniquilados, oh
capitanes mexicanos.
Entonces
se oyó el estruendo, se alzaron gritos, y el ulular de la gente que se golpeaba
los labios. Al momento fue el agruparse, todos los capitanes, cual si hubieran
sido citados: traen sur dardos, sus escudos.
Entonces
la batalla empieza: dardean con venablos, con saetas y aun con jabalinas, con
harpones de cazar aves. Y sus jabalinas furiosos y apresurados lanzan. Cual si fuera
capa aurilla, las cañas sobre los españoles se tienden.
Los españoles
se refugian en las casas reales
Por su parte los españoles inmediatamente se
acuartelaron. Y ellos también comenzaron a flechar a los mexicanos, con sus
dardos de hierro. Y dispararon el cañón y el arcabuz.
Inmediatamente echaron grillos a Motecuhzoma.
Por su
parte, los capitanes mexicanos fueron sacados uno en pos de otro, de los que
habían sucumbido en la matanza. Eran llevados, eran sacados, se hacían
pesquisas para reconocer quién era cada uno.
El llanto por
los muertos
Y los padres y las madres de familia alzaban el
llanto. Fueron llorados, se hizo la lamentación de los muertos. A cada uno lo
llevan a su casa, pero después los trajeron al Patio Sagrado: allí reunieron a
los muertos; allí a todos juntos los quemaron, en un sitio definido, el que se
nombra Cuauhxicalco (Urna del Águila). Pero a otros los quemaron sólo en la Casa de los Jóvenes.
El mensaje de
Motecuhzoma
Y cuando el Sol iba a ocultarse, cuando apenas
había un poco de sol, vino a dar pregón Itzcuauhtzin, desde la azotea gritó y
dijo:
-Mexicanos, tenochas, tlatelolcas: os habla el rey vuestro, el señor,
Motecuhzoma: os manda decir: que lo oigan los mexicanos:
-Pues no
somos competentes para igualarlos, que no luchen los mexicanos. Que se deje en
paz el escudo y la flecha.
Los que
sufren son los viejos, las viejas, dignas de lástima. Y el pueblo de clase
humilde. Y los que no tienen discreción aún: los que apenas intentan ponerse en
pie, los que andan a gatas. Los que están en la cuna y en su camita de palo:
los que aún de nada se dan cuenta.
Por esta
razón dice vuestro rey:
-"Pues no somos competentes para hacerles frente, que se deje de
luchar." A él lo han cargado de hierros, le han puesto grillos a los
pies.
Cuando
hubo acabado de hablar Itzcuauhtzin le hicieron una gran grita, le dijeron
oprobios. Se enojaron en extremo los mexicanos, rabiosos se llenaron de cólera
y le dijeron:
-¿Qué es
lo que dice ese ruin de Motecuhzoma? ¡Ya no somos sus vasallos!
Luego se
alzó el estruendo de guerra, fue creciendo rápidamente el clamor guerrero. Y
también inmediatamente cayeron flechas en la azotea. Al momento los españoles
cubrieron con sus escudos a Motecuhzoma y a Itzcuauhtzin, no fuera a ser que
dieran contra ellos las flechas de los mexicanos.
La razón
de haberse irritado tanto los mexicanos fue el que hubieran matado a los
guerreros, sin que ellos siquiera se dieran cuenta del ataque, el haber matado
alevosamente a sus capitanes. No se iban, ni desistían.
Los mexicas
sitian a los españoles
Estaban sitiando la casa real; mantenían
vigilancia, no fuera a ser que alguien entrara a hurtadillas y en secreto les
llevara alimentos. También desde luego terminó todo aportamiento de víveres:
nada en absoluto se les entregaba, como para que los mataran de hambre.
Pero
aquéllos que aún en vano trataban de comunicarse con ellos, les daban algún
aviso; intentaban congraciarse con ellos dando en secreto algunos alimentos, si
eran vistos, si se les descubría, allí mismo los mataban, allí acababan con
ellos o les quebraban la cerviz, o a pedradas los mataban.
Cierta
vez fueron vistos unos mexicanos que introducían pieles de conejo. Ellos dejaron
escaparse la palabra de que con ellos entraban otros a escondidas. Por esto se
dio estricta orden de que se vigilara, se cuidara con esmero por todos los
caminos y por todas las acequias. Había grande vigilancia, había guardas
cuidadosos.
Ahora bien,
los que introducían pieles de conejo eran trabajadores enviados de los
mayordomos de los de Ayotzintepec y Chinantlan. Allí no más rindieron el
aliento, allí se acabó su oficio: en una acequia los acogotaron con horquillas
de palo. Aún contra sí mismos se lanzaron los tenochcas: sin razón alguna
aprisionaban a los trabajadores. Decían: -"¡Éste es!" Y luego lo
mataban. Y si por ventura veían a alguno que llevara su bezote de cristal,
luego lo atrapaban rápidamente y lo mataban. Decían:
-Éste es
el que anda entrando, el que le está llevando de comer a Motecuhzoma.
Y si
veían a alguno cubierto con el ayate propio de los trabajadores, también lo
cogían rápidamente. Decían:
-También
éste es un desgraciado, que trae noticias infaustas: entra a ver a
Motecuhzoma.
Y el que
en vano pretendía salvarse, les suplicaba diciendo:
-¿Qué es
lo que hacéis, mexicanos? ¡Yo no soy! Le decían ellos:
-¡Sí, tú,
infeliz! . . . ¿No eres acaso un criado? Inmediatamentle allí lo mataban.
De este
modo estaban fiscalizando a las personas, andaban cuidadosos de todos: no más
examinaban su cara, su oficio: no más estaban vigilando a las personas los
mexicanos. Y a muchos por fingido delito los ajusticiaron, alevosamente los
mataron: pagaron un crimen que no habían cometido.
Pero los
demás trabajadores se escondieron, se ocultaron. Ya no se daban a ver a la
gente, ya no se presentaban ante la gente, ya no iban a casa de nadie: estaban
muy temerosos, miedo y vergüenza los dominaba y no querían caer en manos de los
otros.
Cuando
hubieron acorralado a los españoles en las casas reales, por espacio de siete
días les estuvieron dando batalla. Y los tuvieron en jaque durante veintitrés
días.
Durante
estos días las acequias fueron desenzolvadas; se abrieron, se ensancharon, se
les puso maderos, ahondaron sus cavidades. Y se hizo difícil el paso por todas
partes, se pusieron obstáculos dentro de las acequias.
Y en
cuanto a los caminos, se les pusieron cercos, se puso pared de impedimento, se
cerraron los caminos. Todos los caminos y calles fueron obstruccionados. 5
La versión de
la matanza según el Códice Aubin
En Tóxcatl subían arriba al dios. Mataron a los
cantores cuando comenzaba el baile. No más lo vio Motecuhzoma y dijo a
Malintzin:
-Favor de
que oiga el dios: ha llegado la fiesta de nuestro dios: es de ahora a diez
días. Pues a ver si lo subimos. Harán incensaciones y solamente bailaremos
cuando se suban los panes de bledos. Aunque haya un poco de ruido, eso será todo.
Dijo
entonces el capitán:
-Está
bien. -¿Que lo hagan. Ya lo oí.
Luego
partieron, fueron a encontrar a otros españoles que llegaban. Sólo El Sol se
quedó aquí.
Y cuando
llegó la hora en la cuenta de los días, luego dijo Motecuhzoma a éste:
-Favor de
oír: aquí estáis vosotros. Pronto es la fiesta del dios; se ha aproximado la
fiesta en que debemos festejar a nuestro dios.
Dijo
aquél:
¡Qué‚ lo
hagan: de algún modo ahora estaremos!
Luego
dijeron los capitanes:
-Favor de
llamar a nuestros hermanos mayores.
Y
hablaron los hermanos mayores:
Cuando
éstos hubieron venido, luego les dan órdenes; les dicen:
-Mucho en
esto se ponga empeño para que se haga bien.
Y dijeron
los hermanos mayores:
-Que con
fuerte impulso se haga.
Entonces
dijo Tecatzin, el jefe de la armería:
-Favor de
hacerlo saber al señor que está ante nosotros. ¡Así se hizo en Cholula: no más
los encerraron en una casa! También ahora a nosotros se nos han puesto
difíciles las cosas. ¡Qué en cada pared están escondidos nuestros escudos!
Dijo
entonces Motecuhzoma:
¿Es que
estamos acaso en guerra? ¡Haya confianza!
Luego
dijo el jefe de armas:
-Está
bien.
Luego
comienza el canto y el baile. Va guiando a la gente un joven capitán; tiene su
bezote ya puesto: su nombre, Cuatlázol, de Tolnáhuac. Apenas ha comenzado el
canto, uno a uno van saliendo los cristianos; van pasando entre la gente, y
luego de cuatro en cuatro fueron a apostarse en las entradas.
Entonces
van a dar un golpe al que está guiando la danza. Uno de los españoles le da un
golpe en la nariz a la imagen del dios. Entonces abofetean a los que estaban
tañendo los atabales. Dos tocaban el tamboril, y uno de Atempan tañía el
atabal. Entonces fue el alboroto general, con lo cual sobrevino completa
ruina.
En este
momento un sacerdote de Acatl iyacapan
6 vino a dar gritos apresurado; decía a grandes voces:
-Mexicanos, ¿no que no en guerra? ¡Quién tiene confianza! ¡Quién en su
mano tiene escudos de los cautivos!
Entonces
atacan solamente con palos de abeto. Pero cuando ven, ya están hechos trizas
por las espadas.
Entonces
los españoles se acogieron a las casas en donde están alojados. 7
1 La fiesta
de Tóxcatl. Dice Sahagún "Esta fiesta era la principal de las fiestas: era
como pascua y caía cerca de la pascua de Resurrección, pocos días después . .
." (Op. cit., t. I. p. 114.)
2 Chicalote: hierba medicinal y comestible
(argemone mexicana)
3 Anecúyotl: Insignia de Huitzilopochtli especie de
"ceñidero".
4 Maxtle: propiamente máxtlatl era la prenda de
vestir masculina que cubría las partes pudentas. Jaques Soustelle en La Vie Quotidiene des
Aztéques, Hacheite, París, 1955, describe así el máxtlatl: "Era un paño
que daba vuelta alrededor de la cintura, pasando entre las piernas y se anudaba
al frente, dejando caer por delante y por atrás sus dos extremos adornados con
frecuencia con bordados y franjas. Bien sea en una forma muy sencilla, una banda
de tejidos sin adornos, o en formas muy elaboradas, el máxtlatl apareció desde
los tiempos más antiguos entre los olmecas y los mayas. En el siglo XVI todos
los pueblos civilizados de México los usaban con excepción de los tarascos al
oeste y los huastecos al noreste, lo que no dejaba de escandalizar un poco a
los mexicanos del centro."
5
Informantes de Sahagún: Códice Florentino, lib. XII, caps. XIX, XX y
XXI. (Versión de Ángel Ma. Garibay K.)
6 Acatl iyacapan: "En la punta del
cañaveral." Sitio dentro del Templo Mayor.
7 Códice Aubin, Edic. de A. Peñafiel, p. 84 y ss.
(Versión de Ángel Ma. Garibay K.)
Fragmento del Codicilo testamentario de
Isabel la Católica
referente a los amerindios. Medina del Campo, 23.11.1504
"Por
ende suplico al rey mi señor muy afectuosamente e encargo e mando a la dicha
princesa, mi hija, e al dicho príncipe, su marido, que así lo hagan e cumplan,
e que éste sea su principal fin, e que en ello pongan mucha diligencia, e no
consientan nin den lugar que los yndios vecinos e moradores de las dichas
Yndias e Tierra Firme, ganadas e por ganar, reciban agrauio en sus personas ni
bienes, mas manden que sean bien e justamente tratados, e si algund agrauio han
recebido lo remedien e prouean por manera que no exceda en cosa alguna lo que
por las letras apostólicas de la dicha concesión nos es injundido e
mandado".
1554. De los encomenderos de indios
Recopilación
de Indias. 6, 9.
Ley 1.
Que los encomenderos doctrinen, amparen y defiendan a sus indios en personas y
haciendas. -El Emperador D. Carlos y el Príncipe gobernador en Valladolid a 10
mayo de 1554. D. Carlos II y la Reina Gobernadora.- El motivo y origen de las
encomiendas fué el bien espiritual y temporal de los indios, y su doctrina y
enseñanza en los artículos y preceptos de nuestra santa Fe católica, y que los
encomenderos los tuviesen a su cargo, y defendiesen a sus personas y haciendas,
procurando que no reciban ningún agravio, y con esta calidad inseparable les
hacemos merced de se los encomendar, de tal manera que si no lo cumplieren sean
obligados a restituir los frutos que han percibido y perciben, y es legítima
causa para privarlos de las encomiendas. Atento a lo qual, mandamos a los
virreyes. Audiencias y gobernadores que con mucho cuidado y diligencia
inquieran y sepan, por todos los medios posibles, si los encomenderos cumplen
con esta obligación; y si hallaren que faltan a ella, procedan por todo rigor
de derecho a privarlos de las encomiendas y hacerles restituir las rentas y
demoras que hubieren llevado y llevaren sin atender a lo que son obligados, las
quales proveerán se gasten en la conversión de los indios...
4. Que
los encomenderos sean obligados a la defensa de la tierra. -El emperador D.
Carlos y el Príncipe Gobernador en Valladolid a 11 de agosto de 1552.- También
hacemos merced a los encomenderos de las rentas que gozan en encomiendas para
defensa de la tierra, y a esta causa les mandamos tener armas y caballos, y en
mayor número a los que las gozaren mas quantiosas; y así es nuestra voluntad y
mandamos que quando se ofrecieren casos de guerra, los virreyes, Audiencias y
gobernadores los apremien a, que salgan a la defensa a su propia costa,
repartiéndolo de forma que unos no sean mas gravados que otros, y todos sirvan
en las ocasiones; y porque conviene que estén prevenidos y exercitados, les
manden hacer alardes en los tiempos que les pareciere. Y si los encomenderos no
se apercibieren para ellos o no quisieren salir a la defensa de la tierra
quando se ofreciere ocasión, les quiten los indios, y executen las penas en que
hubieren incurrido por haber faltado a su obligación...
11. Que
ningún encomendero tenga casa en su pueblo, ni esté en él mas de una noche. -D.
Felipe III allí [Madrid] a 10 de octubre de 1618, ordenanza 11.- Los
encomenderos no han de poder hacer ni tener en los pueblos de sus encomiendas
casa ni buhío, aunque digan que no es para su vivienda, sino para bodega o
grangería, y que la darán después de sus días o desde luego a los indios, pena
de perdimiento de lo fabricado, que aplicamos a los indios, con otro tanto de
su justo valor para nuestra Cámara. Y asímismo prohibimos que los encomenderos
puedan dormir en sus pueblos mas de una noche; pena de veinte pesos, en que
incurran cada vez que contravinieren, aplicado por tercias partes, Cámara, juez
y denunciador...
14. Que
los encomenderos, sus mugeres, padres, hijos, deudos, huéspedes, criados y
esclavos no entren ni residan en los pueblos de sus encomiendas. -El emperador
D. Carlos y los Reyes de Bohemia Gobernadores en Valladolid a 24 de abril de
1550... D. Felipe II... D. Felipe III en Madrid a 10 de octubre de 1618.-
Ordenamos que ningún encomendero de indios, ni su muger, padres, hijos, deudos,
criados ni huespedes, mestizos, mulatos ni negros libres o esclavos, puedan residir
ni entrar en los pueblos de su encomienda, porque de esta comunicación y
asistencia resulta que los naturales son fatigados con servicios personales, a
que sin causa ni razón los obligan, ocupándolos en traer yerba y frutas, que
van a buscar por larga distancia, pescar, moler y amasar trigo, en que pasan
grandes y excesivos trabajos y molestias, aunque sea con pretexto de utilidad
de los indios, o curarlos, o curarse por gozar de la diferencia de temple: pena
de cincuenta pesos, aplicados por tercias partes, a nuestra Cámara, juez y
denunciador. Y mandamos a nuestras justicias reales que no lo consientan ni
permitan, y executen la dicha pena. Y encargamos a los prelados eclesiásticos
que castiguen y corrijan los excesos que en esto hicieren los doctrineros.
17. Que
los encomenderos no tengan estancias en los términos de sus encomiendas, ni se
sirvan de los indios. -D. Felipe IIII allí [Madrid] a 31 de marzo de 1633.-
Ordenamos que ningún encomendero pueda tener, por sí ni persona interpuesta,
estancias dentro de los términos del pueblo de su encomienda, y si las tuviere
se le quiten y vendan, y que no se sirvan de los indios; sobre que provean los
virreyes, Audiencias y gobernadores el remedio conveniente, y hagan guardar las
leyes.
18. Que
los encomenderos no tengan obrajes en su encomiendas, ni cerca de ellas. -D.
Felipe IIII allí a 28 de mayo de 1621.- No se permita que los encomenderos
tengan obrajes dentro de sus encomiendas, ni tan cerca de ellas que se pueda
rezelar que ocuparán a los indios en servicios personales, y se aprovecharán
indebidamente de sus bienes, y servirán de sus personas, hijos y mugeres.
Carta
de Lope de Aguirre al Rey Felipe II (En castellano modernizado para su
comprensión, original en Archivo de Indias) Rey Felipe, natural español, hijo de
Carlos, invencible: Lope de Aguirre, tu mínimo vasallo, cris-tiano viejo, de
medianos padres hijodalgo, natural vascongado, en el reino de España, en la
villa de Oñate vecino,en mi mocedad pasé el mar Océano a las partes del Pirú, por
valer más con la lanza en la mano, y por cumplir con la deuda que debe todo
hombre de bien; y así, en veinte y cuatro años, te he hecho muchos servicios en
el Pirú, en conquistas de indios, y en poblar pueblos en tu servicio,
especialmente en batallas y reencuentros que ha habido en tu nombre, siempre
conforme a mis fuerzas y posibilidad, sin importunar a tus oficiales por paga,
como parecerá por tus reales libros.
Bien creo, excelentísimo Rey y Señor, aunque para
mí y mis compañeros no has sido tal, sino cruel e ingrato a tan buenos
servicios como has recibido de nosotros aunque también bien creo que te deben
de engañar, los que te escriben desta tierra, como están lejos. Avísote, Rey
español, adonde cumple haya toda justicia y rectitud, para tan buenos vasallos
como en estas tierras tienes, aunque yo, por no poder sufrir más la crueldades
que usan estos tus oidores, Visorey y gobernadores, he salido de hecho con mis
compañeros, cuyos nombres después te dire, de tu obediencia, y desnaturándonos
de nuestras tierras, que es España, y hacerte en estas partes la más cruda
guerra que nuestras fuerzas pudieren sustentar y sufrir; y esto, cree, Rey y
Señor, nos ha hecho hacer el no poder sufrir los grandes pechos, premios y
castigos in-justos que nos dan estos tus ministros que, por remediar a sus
hijos y criados, nos han usurpa-do y robado nuestra fama, vida y honra, que es
lástima, ¡oh Rey! y el mal tratamiento que se nos ha hecho. Y ansí, yo, manco
de mi pierna derecha, de dos arcabuzazos que me dieron en el valle de
Chuquinga, con el mariscal Alonso de Alvarado, siguiendo tu voz y apellidándola
contra Francisco Hernández Girón, rebelde a tu servicio, como yo y mis
compañeros al presente so-mos y seremos hasta la muerte, porque ya de hecho
hemos alcanzado en este reino cuán cruel eres, y quebrantador de fe y palabra;
y así tenemos en esta tierra tus perdones por de menos crédito que los libros
de Martín Lutero. Pues tu Virey, marqués de Cañete, malo, lujurioso, ambicioso
tirano, ahorcó a Martín de Robles, hombre señalado en tu servicio, y al bravoso
Thomás Vázquez, conquistador del Pirú, y al triste Alonso Díaz, que trabajó más
en el descu-brimiento deste reino que los exploradores de Moysen en el
desierto; y a Piedrahita, que rom-pió muchas batallas en tu servicio, y aun en
Lucara , ellos te dieron la victoria, porque si no se pasaran, hoy fuera
Francisco Hernández rey del Pirú. Y no tengas en mucho al servicio que tus
oidores te escriben haberte hecho, porque es muy gran fábula si llaman servicio
haberte gas-tado ochocientos mil pesos de tu Real caja para sus vicios y
maldades. Castígalos como a ma-los, que de cierto lo son. Mira, mira, Rey
español, que no seas cruel a tus vasallos, ni ingrato, pues estando tu padre y
tú en los reinos de Castilla, sin ninguna zozobra, te han dado tus vasallos, a
costa de su sangre y hacienda, tantos reinos y señoríos como en estas partes
tienes. Y mira, Rey y señor, que no puedes llevar con título de Rey justo
ningún interés destas partes donde no aventuraste nada, sin que primero los que
en ello han trabajado sean gratificados.
Por cierto lo tengo que van pocos reyes al
infierno, porque sois pocos; que si muchos fuésedes; ninguno podría ir al
cielo, porque creo allá seríades peores que Lucifer, según tenéis sed y hambre
y ambición de hartaros de sangre humana; mas no me maravillo ni hago caso de
voso-tros, pues os llamáis siempre menores de edad, y todo hombre inocente es
loco; y vuestro gobierno es aire. Y, cierto, a Dios hago solemnemente voto, yo
y mis docientos arcabuceros marañones, conquistadores, hijosdalgo, de no te,
dejar ministro tuyo y vida, porque yo sé has-ta dónde alcanza tu clemencia; el
día de hoy nos hallamos los más bien aventurados de los nacidos, por estar como
estamos en estas partes de Indias, teniendo la fe y mandamientos de Dios
enteros, y sin corrupción, como cristianos; manteniendo todo lo que manda la Santa Madre Iglesia de
Roma; y pretendemos, aunque pecadores en la vida, rescibir martirio por los
mandamientos de Dios. A la salida que hicimos del río de las Amazonas, que se
llama el Marañón, vi en una isla pobla-da de cristianos, que tiene por nombre la Margarita , unas
relaciones que venían de España, de la gran cisma de luteranos que hay en ella,
que nos pusieron temor y espanto, pues aquí en nuestra compañía, hubo un
alemán, por su nombre Monteverde, y lo hice hacer pedazos. Los hados darán la
paga a los cuerpos, pero donde nosotros estuviéremos, cree, excelente
Prínci-pe, que cumple que todos vivan muy perfectamente en la fe de Cristo.
Especialmente es tan grande la disolución de los frailes en estas partes, que,
cierto, conviene que venga. Sobre ellos tu ira y castigo, porque ya no hay
ninguno que presuma de menos que de Gobernador. Mira, mira, Rey, no les creas
lo que te dijeren, pues las lágrimas que allá echan delante tu Real persona, es
para venir acá a mandar. Si quieres saber la vida que por acá tie-nen, es
entender en mercaderías, procurar y adquirir bienes temporales, vender los
Sacramen-tos de la Iglesia
por precio; enemigos de pobres, incaritativos, ambiciosos, glotones y
sober-bios; de manera que, por mínimo que sea un fraile pretende mandar y
gobernar todas estas tierras. Por remedio, Rey y Señor, porque destas cosas y
malos exemplos, no está imprimida ni fijada la fe en los naturales; y, más te digo,
que si esta disolución destos frailes no se quita de aquí no faltarán
escándalos. Aunque yo y mis compañeros, por la gran razón que tenemos, nos
hayamos determinado de morir, desto y otras cosas pasadas, singular Rey, tu has
sido causa, por no te doler del trabajo destos vasallos, y no mirar lo mucho
que les debes; que si tú no miras por ellos, y te descuidas con estos tus
oidores, nunca se acertará en el gobierno. Por cierto, no hay para qué
presentar testigos, más de avisarte cómo estos, tus oidores, tienen cada un año
cuatro mil pesos de sala-rio y ocho mil de costa, y al cabo de tres años tienen
cada uno sesenta mil pesos ahorrados, y heredamientos y posesiones; y con todo
esto, si se contentasen con servirlos como a hombres, medio mal y trabajo sería
el nuestro; mas, por nuestros pecados, quieren que do quiera que los topemos,
nos hinquemos de rodillas y los adoremos como a Nabucodonosor; cosa, cierto,
insufrible. Y yo, como hombre que estoy lastimado y manco de mis miembros en tu
servicio, y mis compañeros viejos y cansados en lo mismo, nunca te he de dejar
de avisar, que no fíes en estos letrados tu Real conciencia que no cumple a tu
Real servicio descuidarte con estos, que se les va todo el tiempo en casar
hijos e hijas, y no entienden en otra cosa, y su refrán entre ellos y muy
común, es: "A tuerto y a derecho, nuestra casa hasta el techo".
Pues los frailes, a ningún indio pobre quieren
absolver ni predicar; y están aposentados en los mejores repartimientos del
Pirú, y la vida que tienen es áspera y peligrosa, porque cada uno dellos tiene
por penitencia en sus cocinas una docena de mozas, y no muy viejas, y otros
tan-tos muchachos que les vayan a pescar: pues a matar perdices y a traer
fruta, todo el repartimiento tiene que hacer con ellos; que, en fe de
cristianos, te juro, Rey y Señor, que si no pones remedio en las maldades desta
tierra que te ha de venir azote del cielo; y esto dígolo por avi-sarte de la
verdad, aunque yo y mis compañeros no queremos ni esperamos de ti misericordia.
¡Ay, ay!, qué lástima tan grande que, César y Emperador, tu padre conquistase
con la fuerza de España la superbia Germania, y gastase tanta moneda, llevada
destas Indias, descubiertas por nosotros, que no te duelas de nuestra vejez y
cansancio, siquiera para matarnos la hambre un día! Sabes que vemos en estas
partes, excelente Rey y Señor, que conquistaste a Alemania con armas, y
Alemania ha conquistado a España con vicios, de que, cierto, nos hallamos acá
más contentos con maíz y agua, sólo por estar apartados de tan mala ironía, que
los que en ella han caído pueden estar con sus regalos. Anden las guerras por
donde anduvieron, pues para los hombres se hicieron; mas en ningún tiempo, ni
por adversidad que nos venga, no dejaremos de ser sujetos y obedientes a los
preceptos de la Santa
Madre Iglesia romana. No podemos creer, excelente Rey y
Señor, que tú seas cruel para tan buenos vasallos como en estas partes tienes;
sino que estos tus malos oidores y ministros lo deben de hacer sin tu
con-sentimiento. Dígolo, excelente Rey y Señor, porque en la Ciudad de los Reyes, dos
leguas della junto a la mar se descubrió una laguna donde se cría algún
pescado, que Dios lo permitió que fuese así; y estos tus malos oidores y
oficiales de tu Real patrimonio, por aprovecharse del pescado, como lo hacen,
para sus regalos y vicios, la arriendan en tu nombre, dándonos a en-tender,
como si fuésemos inhábiles, que es por tu voluntad. Si ello es así, déjanos,
Señor, pes-car algún pescado siquiera, pues que trabajamos en descubrirlo;
porque el Rey de Castilla no tiene necesidad de cuatrocientos pesos, que es la
cantidad por que se arrienda. Y pues, escla-recido Rey, no pedimos mercedes en
Córdoba, ni en Valladolid, ni en toda España, que es tu patrimonio, duélete,
Señor, de alimentar los pobres cansados en los frutos y réditos desta tie-rra,
y mira, Rey y Señor, que hay Dios para todos, igual justicia, premio, paraíso e
infierno. En el año de cincuenta y nueve dio el Marqués de Cañete la jornada
del río del Amazonas a Pedro de Orsúa, navarro, y por decir verdad, francés; y
tardó en hacer navíos hasta el año se-senta, en la provincia de los Motilones,
que es el término del Pirú; y porque los indios andan rapados a navaja, se
llaman Motilones: aunque estos navíos, por ser la tierra donde se hicieron lluviosa,
al tiempo del echarlos al agua se nos quebraron los más dellos, y hicimos
balsas, y dejamos los caballos y haciendas, y nos echamos en el río abajo, con
harto riesgo de nuestras personas; y luego topamos los mas poderosísimos ríos
del Pirú, de manera que nos vimos en Golfo-duce, caminamos de prima faz
trecientas leguas, desde el embarcadero donde nos em-barcamos la primera vez.
Fue este Gobernador tan perverso, ambicioso y
miserable, que no lo pudimos sufrir; y así, por ser imposible relatar sus maldades,
y por tenerme por parte en mi caso, como me ternás, exce-lente Rey y Señor, no
diré cosa más de que le matamos; muerte, cierto, bien breve. Y luego a
un mancebo, caballero de Sevilla, que se llamaba D.
Fernando de Guzmán, lo alzamos por nuestro Rey y lo juramos por tal, como tu
Real persona verá por las firmas de todos los que en ello nos hallamos, que
quedan en la isla Margarita en estas Indias; y a mi me nombraron por su Maese
de campo; y porque no consentí en sus insultos y maldades, me quisieron matar,
y yo maté al nuevo Rey y al Capitán de su guardia, y Teniente general, y a
cuatro capitanes, y a su mayordomo, y a un su capellán, clérigo de misa, y a
una mujer, de la liga contra mí, y un Co-mendador de Rodas, y a un Almirante y
dos alférez, y otros cinco o seis aliados suyos, y con intención de llevar la
guerra adelante y morir en ella, por las muchas crueldades que tus minis-tros
usan con nosotros; y nombré de nuevo capitanes y Sargento mayor, y me quisieron
matar, y yo los ahorqué a todos. Y caminando nuestra derrota, pasando todas
estas muertes y malas venturas en este río Marañón, tardamos hasta la boca del
y hasta la mar, más de diez meses y medio: caminamos cien jornadas justas:
anduvimos mil y quinientas leguas. Es río grande y temeroso: tiene de boca
ochenta leguas de agua dulce, y no como dicen: por muchos brazos tiene grandes
bajos, y ochocientas leguas de desierto, sin género de poblado, como tu
Majes-tad lo verá por una relación que hemos hecho, bien verdadera. En la
derrota que corrimos, tiene seis mil islas. ¡Sabe Dios cómo nos escapamos deste
lago tan temeroso! Avísote, Rey y Señor, no proveas ni consientas que se haga
alguna armada para este río tan mal afortunado, porque en fe de cristiano te
juro, Rey y Señor, que si vinieren cien mil hombres, ninguno esca-pe, porque la
relación es falsa, y no hay en el río otra cosa, que desesperar, especialmente
para los chapetones de España. Los capitanes y oficiales que al presente llevo,
y prometen de morir en esta demanda, como hombres lastimados, son: Juan
Gerónimo de Espíndola, ginovés, capitán de infantería, los dos andaluces;
capitán de a caballo Diego Tirado, andaluz, que tus oidores, Rey y Señor, le
quitaron con grave agravio indios que había ganado con su lanza; capitán de mi
guardia Roberto de Coca, y a su alférez Nuflo Hernández, valenciano; Juan López
de Ayala, de Cuenca, nuestro pagador; alférez general Blas Gutiérrez,
conquistador de veinte y siete años, alférez, natural de Sevilla; Custodio
Hernández, alférez, portugués; Diego de Torres, alférez, navarro; sargento
Pedro Rodríguez Viso, Diego de Figueroa, Cristóbal de Rivas, conquistador;
Pedro de Rojas, andaluz; Juan de Salcedo, alférez de a caballo; Bartolomé
Sánchez Paniagua, nuestro barrachel; Diego Sánchez Bilbao, nuestro pagador. Y
otros muchos hijos-dalgo desta liga, ruegan a Dios, Nuestro Señor, te aumente
siempre en bien y crece en prosperidad contra el turco y franceses, y todos los
demás que en estas partes te quisieran hacer guerra; y en estas nos dé Dios
gracia que podamos alcanzar con nuestras armas el precio que se nos debe, pues
nos han negado lo que de derecho se nos debía. Hijo de fieles vasallos en
tierra vascongada, y rebelde hasta la muerte por tu ingratitud.
Lope de Aguirre, el Peregrino
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